Un viajero se encontró un día ante un sinuoso desvío. Como era curioso, lo siguió. El camino terminaba en una sola casa enorme. En la puerta, un cartel anunciaba:
“País de las cucharas largas”
Esta comarca está integrada sólo por dos habitaciones
El hombre cruzó la entrada y avanzó por un pasillo. No había dado más que unos pocos pasos cuando escuchó, detrás de una puerta, un concierto de lamentos y quejidos. Por supuesto, se apresuró a entrar.
Sentadas alrededor de una mesa enorme, había cientos de personas. En el centro de la mesa estaban los manjares más exquisitos que cualquiera podía imaginar y aunque todos tenían una cuchara en la mano, se estaban muriendo de hambre. El motivo era que el mango de cada cuchara era mucho más largo que sus brazos y estaba fijado a la mano de cada comensal. De este modo, todos podían servirse, pero nadie podía llevarse la cuchara a la boca.
La situación era tan desesperante, y los gritos tan desgarradores, que el hombre salió del salón. Se encontró delante de otra puerta, en todo similar a la primera. Alentado porque no escuchaba ningún lamento, el viajero giró el picaporte y entró en el segundo cuarto.
Cientos de personas estaban sentadas frente a una mesa, colmada de alimentos. También cada persona tenía una larga cuchara fijada a la mano.
Pero nadie se quejaba ni se lamentaba. Nadie pasaba hambre, porque ¡se estaban dando de comer unos a otros!
“País de las cucharas largas”
Esta comarca está integrada sólo por dos habitaciones
El hombre cruzó la entrada y avanzó por un pasillo. No había dado más que unos pocos pasos cuando escuchó, detrás de una puerta, un concierto de lamentos y quejidos. Por supuesto, se apresuró a entrar.
Sentadas alrededor de una mesa enorme, había cientos de personas. En el centro de la mesa estaban los manjares más exquisitos que cualquiera podía imaginar y aunque todos tenían una cuchara en la mano, se estaban muriendo de hambre. El motivo era que el mango de cada cuchara era mucho más largo que sus brazos y estaba fijado a la mano de cada comensal. De este modo, todos podían servirse, pero nadie podía llevarse la cuchara a la boca.
La situación era tan desesperante, y los gritos tan desgarradores, que el hombre salió del salón. Se encontró delante de otra puerta, en todo similar a la primera. Alentado porque no escuchaba ningún lamento, el viajero giró el picaporte y entró en el segundo cuarto.
Cientos de personas estaban sentadas frente a una mesa, colmada de alimentos. También cada persona tenía una larga cuchara fijada a la mano.
Pero nadie se quejaba ni se lamentaba. Nadie pasaba hambre, porque ¡se estaban dando de comer unos a otros!
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